martes, 10 de agosto de 2021

El Beso que no fue

La mujer que protagoniza este pequeño relato tiene 30 años, de los que sólo ha sido consciente de haber vivido 10, pues antes fue una eterna espera de lo que se venía. Tiene la piel blanca con un brillo que atrae y los ojos negros coronados por una estrella permanente. Es sabia a su manera e ingenua de una forma que embelesa. Su cabello es largo como los sueños que se fabrica cada noche. 

La encontramos absorta en sus pensamientos, pero siempre prestando atención a los detalles que la rodean, pues es responsable con sus deberes. Al mirarla, podemos descifrar que está determinada en lo que sea que esté elucubrando. De hecho, sí, se encuentra en un juramento solemne. 
Jura que ya no sentirá nada si él le habla nuevamente. Jura que ya no tendrá una onda rebelde en el estómago si él la mira con esos ojos únicos que la transportan a otros momentos. Momentos que sólo han existido en su mente. Jura cada día que eso quedó en el ayer y que después de haberlo tenido para ella, en sueños, cientos de veces, noche tras noche, ya lo olvidó. Ella está terminando una relación inexistente. 
Jura que sólo quedará en una fantasía de su mente y que aunque pudiera, nunca concretaría las imágenes que han rondado por su cabeza como espíritus del pasado, del presente y del futuro.
Si queremos, podemos entrar a ver las escenas que han nacido de su gran imaginación. Primero, podemos ver la que es más recurrente. Imaginen que un hombre y una mujer están conversando, intercambiando opiniones sobre las noticias del día o quizá intentando definir la mejor ruta para el envío de los productos. Si alguien pasa y los ve conversando, seguramente pensaría que son solo dos colaboradores que están haciendo su trabajo. Sin embargo, lo que pasa entre ellos está lejos de ser una plática regular de dos personas que trabajan juntas.  En ese minuto uno de ellos cae en cuenta de que llevan un largo tiempo conteniendo las ganas de sacar el sentimiento que anidan en el alma desde hace mucho y por qué no decirlo, en la sangre que comienza a hervir cuando se encuentran. Ambos mirando los labios del otro, los ojos del otro, el pecho del otro que refleja una respiración diferente, algo mucho más agitado que de costumbre. Imaginen que un hombre ya no aguanta más las ganas de acercarse un poco más a la mujer que más ha deseado en la vida, pero que no puede tener. Imaginen que él sucumbe finalmente a sus ganas de acercarse de forma pasional. Con rapidez y fuerza casi desmedida la toma de un brazo y con la otra mano rodea su cintura, acercándola a su pelvis con ese movimiento veloz y certero. La toma con fuerza para dejar claro que ella le pertenece aunque en contrato civil no sea así. Una vez que está pegada a él, sin escapatoria, sin casi poder respirar de la sorpresa y emoción, él busca su boca para besarla desesperadamente. Lo logra y ambos se funden en el beso más esperado del que hayan tenido memoria. Un beso tan magnífico que logra darles la sensación de estar en un torbellino que los eleva mientras las nubes se arremolinan a su alrededor. Suben, suben y giran sin descanso. Habían anhelado tanto ese beso que el tenerlo les trajo un golpe de energía nunca antes sentido. 
Era un beso largo, grande, tremendo que llenaba la habitación por completo y sus mentes sentían culpa y dicha a la vez. ¿Cómo había sido tan poderosa la fuerza de la atracción que los hizo cometer un error imperdonable? ¿A cuántas personas estaban dañando con sus acciones? ¿Cuántos pecados estaban añadiendo a los muchos otros pequeños sin nombre que ya tenían en la lista? Este pecado es más grave y mucho más concreto. 
Las dudas y sentimientos de culpa no eran tan poderosos como el placer que sentían al tenerse cerca el uno del otro. La idea había estado tantos años en sus mentes que ya parecía una certeza y entonces éste era el curso correcto de los hechos a seguir. No había opción para este par de seres humanos que ahora califican de adúlteros, irresponsables y egoístas. 
Un minuto. Respiremos de forma consiente y volvamos a la realidad. La verdad es que no son pecadores ni infieles, porque todo esto está pasando en la cabeza de una mujer apasionada. Una mujer que no lleva sangre en las venas, sino fuego. Cuando habla con sus cercanas dice que está viviendo su mejor momento y aunque no tiene el amor que ella espera de un hombre, dice ser feliz.  Pero no vamos a adentrarnos en la vida que ella lleva, ni en la vida que lleva él, porque nada de eso importa cuando dos cuerpos se atraen a través de las ventanas del alma. Cuando se reconocen al mirarse, cuando saben que sus dos mundos interiores chocarán de la forma más impresionante que se pueda esperar si llegan a tocarse.... Si llegan a tocarse, se encenderá una llama eterna. ¿Hay algo más privado y sublime que un beso? Un beso bien dado. Un beso que deje raíces. Un beso entre dos locos apasionados el uno por el otro. 

Ella quiere saber si lo que siente por él es real y si él siente lo mismo. Desafortunadamente, nunca tendrá el conocimiento. Él nunca se lo dirá. Ella nunca preguntará.
Ella seguirá soñando cada noche con las imágenes que se irá inventando a medida que pase el tiempo y cambien las circunstancias. 
Finalmente, dejarán de verse, de mirarse y de encontrarse en las situaciones cotidianas y ella avanzará en la vida, en los años y en las arrugas. 

Ella envejecerá, pero nunca dejará los ojos azules atrás. No podrá zafarse del azul intenso del mar caribe. No podrá olvidar las sonrisas que él le regaló tantas veces sin saber que para ella eran un regalo preciado. Él nunca lo supo y tampoco pasó por su mente que su sola presencia incitaba los alocados sueños que ella tenía.  Al menos eso es lo que ella cree . 
Mientras, no podemos más que especular si de verdad él nunca sintió la energía poderosa que emanaba de los ojos de esta mujer de fuego ¿Nunca sintió el campo de fuerza que había en el espacio entre los dos cuerpos conversando sobre contratos o firmas? ¿No se percató de las excusas tontas que ella inventaba para poder acercarse a él? ¿Nunca quiso alejarse cuando ella se aproximaba hasta entrar en su espacio personal? Siempre lo hacía. Era tanta la familiaridad que ella sentía al estar en la misma habitación que él, que tal como si fuera un imán, avanzaba sin tener límites. Si él estaba de pie, ella se paraba a su lado mirando en la misma dirección, como diciéndole, estoy acá, al lado tuyo, y es donde quiero estar. Le decía en voz baja, te acompaño en el viaje imaginario, aunque éste dure solamente un par de minutos o 1 día. 

Entonces, ¿él sabía? ¿Lo sentía? No podremos saberlo.  

Ella se despidió un día de invierno, porque debía partir. Lo llamó con el nudo en la garganta para decirle que quería verlo para decirle adiós. Él, como siempre, muy amable, muy cálido le dijo que la estaría esperando. Hubo palabras de afecto y de buena crianza, además de los ofrecimientos de ayuda, en caso de ser necesario. También hubo sonrisas y ella logró con mucho esfuerzo poder contener sus lágrimas. ¿Puede alguien realmente contener las lágrimas al despedirse de un amor?  Ella sí pudo, porque en ciertas ocasiones la vida no nos deja tener lo que queremos  o ya no es el tiempo para luchar por los sueños. Existen ocasiones que nos muestran que el Universo es caprichoso al máximo nivel y aunque hayas crecido escuchando de tu madre bien intencionada que lo que quieras puedes tener o lograr si te lo propones, no lo podrás tener ni lo podrás lograr.  Los trenes se pierden, los vuelos se reprograman, las oportunidades se nos escapan y los sueños, a veces, quedan en eso. 

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